16 de maig 2006

Sensaciones

He recibido un mensaje de Sira en el que me adjuntaba unas fotos de su salida a la montaña en la última Semana Santa. Su mensaje se titulaba "sigo entrenándome", supongo que refiriéndose a esa supuesta excursión que un grupo de amigos comunes lleva tiempo intentando organizar. Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido pensar en la friolera de los casi 30 años que hace que no veía a Sira, los mismos que hace que compartíamos amigos y alguna que otra fracción de tiempo. Veo su foto, su expresión, y me sorprende como el paso del tiempo en algunos parece influirle bien poco. Lo mismo me pasa, por ejemplo, con mi amigo Josep, al cual veo y siento de la misma manera desde hace los mismos años aunque con él haya mantenido una especie de esporádico aunque constante contacto. Lo siento, tengo que reconocerlo, la envidia me invade, aunque supuestamente sana no es por menos dolorosa ya que veo la expresión de satisfacción en la cara de Sira medio escondida tras unas enormes gafas de sol que reflejan el entorno que a su vez la rodea en todos los ángulos posibles. Altitud añorada, diáfano cielo azul, helada brisa norteña que acaricia cada poro de piel al descubierto y cada pelo de la cabeza y que intenta rellenar el espacio existente entre el lóbulo de la oreja y la fina piel del cuello, la misma brisa que insistentemente pretende penetrar por la parte trasera del cuello de la camisa o del jersey para helar el sudor que provoca el contacto de la mochila con nuestra espalda. Soledad aceptada y hasta cierto punto deseada, eso es lo que encontramos en esas latitudes y en esas altitudes, como también recuperamos con gusto ese dolor sutil y amigable del esfuerzo de la caminata en nuestros muslos y pantorrillas. ¡Qué sensaciones!, ¡qué sensaciones robadas y pérdidas! ¿Y el sol? Qué decir del sol en esos parajes cuando nos brinda su infiel compañía. Cada vez que aparece parece estrenar potencia, tanta que pretende acelerar el envejecimiento prematuro de nuestra faz y enrojece nuestras mejillas sin el más mínimo rubor que lo justifique. El sol que se refleja en cada átomo de agua congelado insertado en el casi interminable manto nival interrumpido solamente por las aristas más verticales. Terrible añoranza la mía. Veo el rostro de Sira sonriente sin disimulo, natural, ante la cámara fotográfica y la paz el entorno que la adorna y sólo me queda la ilusión de cerrar los ojos imaginándome que soy yo quien le empuña, y que soy yo quien la dispara, en aquel mismo momento y sobre todo en aquel mismo lugar.