22 de maig 2006

La cena

Fue el viernes. Decidimos juntarnos por segunda vez este año y la convocatoria volvió, como no, a ser un éxito. Sólo falló una de las convocadas y fue por un motivo mayor. De esa forma, voluntariamente, nos dejamos engullir por ése peculiar túnel del tiempo que nos hace retroceder casi una treintena de años. Nos hacemos mayores pero en el fondo deseamos seguir siendo niños y quizás sea ésta una de las formas más fáciles de hacerlo. El túnel, pese a ser de largo trayecto, está suficientemente iluminado y sobradamente decorado con espléndidas flores en cuyas formas adivinamos a cada uno y una de los que formamos aquel acto. Desde mi singular púlpito sobre ruedas que me mantiene un palmo por encima de las cabezas de los demás puedo contemplar a mi izquierda, a mi personal alma gemela que pese a no formar parte del lejano pasado gozó del momento con sana envidia. A su lado el cerebro que durante tanto tiempo sabiamente nos dirigía, esforzándose en complacer con sus palabras y sus recuerdos siempre cargados de fina ironía. Un par de sillas más a su izquierda Sira con cierta expresión de perplejidad inentendible por mi parte y por la que no tuve que realizar el más mínimo esfuerzo a conectar su imagen actual con la de tiempos pasados. Realmente asombroso. A su izquierda unos cuantos más que a causa de la obligada distancia física que provoca una mesa rectangular no tuve ocasión de sentir su pulso. Al otro extremo de la larga mesa Nuri, que supongo que la edad habrá convertido en Nuria y con la que accidentalmente copresidia el encuentro. Sólo un pequeño número de cruces de miradas que no me legitiman para expresar opiniones. Siguiendo el mismo sentido de las agujas del reloj me encuentro con Carles a quien el tiempo no logra difuminar el brillo de sus ojos mientras que su peculiar carcajada me confirma que el viaje por el tiempo ha sido real. Sigo mirando a su izquierda y mi mirada tropieza agradablemente con mi buen amigo. No hace falta nombrarlo por su nombre. Creo que de todos es sabido a quien me refiero. Le miro y me preguntó una y otra vez el porque de sus desencuentros sentimentales que, no obstante, no logran impedir la expresión de perenne felicidad en su cara que agudiza las arrugas del contorno sus ojos. Él también debe tener un pacto con el tiempo. A su lado Maite a la que desde el reencuentro sólo apetece abrazar y animar. Quién lo iba a decir. Faltar siempre falta gente y como siempre se dice esperemos que vuelva a repetirse. Eso será señal de que seguimos estando todos, con las mismas ganas de recordar y con las mismas ganas de añadir nuevos recuerdos. Estuvieron bien aquellos años. Hasta la próxima.