03 de març 2011

Onada de fresca tramuntana

Impulsiva e instantánea definición de un agradable momento, de una agradable visita. Éste fue el resultado de apenas unos pocos segundos de búsqueda de una original forma de expresar una sensación espontánea aunque, sinceramente, esperada. Meteorológicamente hablando los anticiclones alejan las borrascas y favorecen el buen tiempo aunque la presión atmosférica aumenta y eso hace que la contaminación, generalmente, quede estancada hasta que el viento, preferiblemente del norte, sople fresco y fuerte y arrastre cualquier bruma ambiental. Es algo parecido a cuando aireamos una estancia en la que abrimos puertas y ventanas para que el aire corra con libertad. Pero todo, al fin y al cabo, no es otra cosa que buscar similitudes, bellas y originales metáforas o eufemismos para describir determinados momentos sublimes. De la misma manera que los poetas construyen bellos versos para definir cosas tan..., ¿banales?, como la risa descontrolada que provoca un orgasmo sublime, o la impactante sensación de mojarse los pies en pleno verano en un riachuelo de montaña, o aquel almuerzo inolvidable, ostentoso por supuesto, sólo digerible e ingerible a la edad de 20 años donde el cuerpo y la salud es capaz de soportar determinados abusos, o la agradable e insustituible sensación de calor que ofrece el fuego de una chimenea en un refugio de alta montaña rodeado de nieve. Son sensaciones irrepetibles, seguramente multiplicadas por su misma espontaneidad, es decir no preparadas, no planificadas, y que tras el intento de ser emuladas cualquier mínima variación sobre el modelo recordado provocará la más tristísima de las decepciones.



Así es que buscando la originalidad con la premura autoimpuesta de cómo definir un momento agradable aparecía mentalmente el recuerdo de una ascensión al Coll de Finestrelles en el invierno del año 75. Partimos de madrugada desde el por aquel entonces destartalado refugio del Santuari de Nuria para poder caminar por la nieve sin correr el peligro de hundirnos hasta las ingles. El amanecer nos atrapó a media subida, a unos 200 m en línea recta del Coll, y el cielo mostraba un espléndido color azul, absolutamente limpio de cualquier mancha de otro color. Como siempre en aquellos tiempos y en aquellas edades poco antes de alcanzar el objetivo se originaban las clásicas y poco disimuladas competiciones espontáneas de a ver quien llegaba primero por el simple placer de ser el primero. Aquel día me tocó a mí así que aumenté el paso de forma injustificada llegando el primero al Coll donde me recibió una bocanada intensa y constante de viento que a duras penas me permitía mantenerme de pie. Era del norte, de eso sí que estoy seguro, gracias en gran parte al fantástico sentido de la orientación adquirido tras haber permanecido extraviado con dos compañeros de infancia, durante un día entero, en las laderas de una de las cimas más emblemáticas del Montseny. En nuestro país al viento del Norte le llamamos tramuntana y de la cual, camino al Coll de Finestrelles, habíamos estado protegidos durante aquel tramo de ascensión y de cuya única constancia de su presencia era precisamente la claridad del cielo. Así que me vi obligado por el ímpetu y la fuerza de aquel viento y medio obligado por calcular visualmente la distancia adquirida respecto al resto de los compañeros de ascensión a recibir aquella bocanada continua de espaldas, dejándome acariciar las pocas partes del cuello y de la cabeza descubiertas y saboreando aquellas frescas intenciones del viento de traspasar por diminutos poros todas las capas de ropa con las que me protegía de las bajas temperaturas. Sólo quedaba algo por hacer, levantar los brazos, cerrar los ojos e imaginar que toda aquella fuerza, que todo aquel ímpetu me concedía el privilegio imaginario de volar.


Desde aquel día, he perseguido constantemente tanto el entorno como la sensación, pero como ya hemos dicho antes es francamente difícil simular determinados momentos. Quiero decir que podremos incluso superarlos pero difícilmente repetirlos exactamente, y aunque así fuera nuestro propio estado de ánimo influiría a la hora de recibir sensaciones y poderlas catalogar de igual manera que las anteriores.