23 de novembre 2006

Comer ante el televisor

"... mientras comemos vemos las noticias pero en fin, no dicen nada nuevo, nada destacable, sólo lo de siempre: la hambruna en países dirigidos por obesos dirigentes que se desplazan en pomposas limusinas, explotación laboral y prostitución infantil en " paraísos " sexuales, terrorismo ahora convertido en guerra santa, conflictos bélicos promovidos por incompetentes políticos que justifican la fuerza como sustitución del diálogo como principio básico de la política, bombardeos a población civil como recurso fácil de brillantes estrategias militares, disputas políticas donde la descalificación personal y el insulto se establece como norma, contratos híper millonarios de endiosados deportistas de élite, muertes por accidentes de tráfico al volante de coches que superan la barrera de los 200 Km./h, pedofilia clerical seudo consentida, desastres naturales, desastres no naturales ocasionados por la negligencia de algún mediocre, holocausticas limpiezas étnicas, violencia de género que criminaliza al género masculino, paro, inmigración no integrada, listas interminables de desigualdades sociales, abusos e inoperancia policial que nos reprime pero que no nos protege, campos de refugiados, insufrible apología del famoseo gratuito, breves apuntes culturales, casposidad, etc., etc.. Realmente pensando en frío, con la misma frialdad con la que atendemos una a una todas estas noticias, cuesta creer que el cuerpo pueda realizar una buena digestión del alimento que ingerimos ante el televisor que nos ofrece minuto a minuto hasta sumar treinta cada una de estas buenas nuevas. De nuevas tienen poco porque sólo cambian los escenarios mientras se mantienen las noticias. Al parecer la desgracia es lo suficientemente viajera para que se desplace alegremente entre continente y continente aunque en algunos parece cebarse exageradamente, algo que te lleva pensar que quizás Dios realizó tal esfuerzo en la creación que cometió el error tan humano de olvidarse de determinadas partes del mundo."

Nota: extracto de mi libro "reproches inválidos"

17 de novembre 2006

Propuestas

Hoy empieza una nueva legislatura con la constitución y la toma de posesión del acta de diputado en el Parlament de Catalunya. Atrás quedó el 1 de noviembre quedando olvidados también los 60.000 votos en blanco y los casi 2 millones de abstencionistas que no quisieron jugar a la democracia. Si bien defiendo la teoría de que la abstención es directamente proporcional a la toma de conciencia por parte del electorado de la incapacidad de aquéllos que se erigen como sus representantes, cuesta mucho, y sobre todo hablo por mí, dejar de votar ya que el gesto representa la máxima igualdad posible con cualquier otro ciudadano. Es decir, mi gesto tiene el mismo valor que el gesto de la persona más poderosa, o de la persona más rica del país o de la persona más pobre. Porque al final resulta que no votar es como decir "ya os apañareis, conmigo no contéis", y en otras palabras es dejar que los otros decidan por mí. Ahora bien la ley electoral actual resta de peso específico a todos aquellos que sin verse representados por ninguna las soluciones posibles optan por el voto blanco. Quiero decir que el voto blanco tal y como actualmente establece la ley electoral beneficia, en un principio, a las mayorías, quedando así el acto de protesta de votar en blanco como dato anecdótico y como cifra fría a la que pocos tendrán en cuenta. Con esta introducción quisiera plantear las siguientes propuestas para enmendar en lo posible este desarreglo democrático:
-Modificar la ley electoral, modificación pendiente desde hace 27 años, para que el voto de cualquier ciudadano tenga el mismo valor independientemente de la comarca en la que resida, algo que hoy por hoy no es así. Los barceloneses y los residentes en las comarcas limítrofes llevamos años perdiendo importancia específica dado que nuestro voto vale menos que el de otro catalán residente en otras comarcas.
-Listas abiertas en las diferentes candidaturas de todos los partidos políticos. Si bien es justo reconocer que no conocemos a la mayoría de los que componen estas listas sí que quizás ya es hora de que dispongamos del derecho de poder de decir a cuales no queremos que salgan elegidos. La mayoría de las veces tenemos clarísimo cuales de los candidatos son los que no nos gustan y en cambio, pensando que el partido político está muy por encima de los nombres, no tenemos la opción de poder decirle a esa organización que éste o el otro es persona non grata dentro de nuestros esquemas.
-Partiendo de la base que hoy por hoy en Catalunya pueden votar alrededor de unos 4 millones de personas había que dividir ese número entre 135 escaños cuyo resultado ofrece la cifra aproximada de 30.000 ciudadanos por diputado. Habría que articular la forma de que fuera posible la comunicación, y por lo tanto la consiguiente participación en la vida política del país del ciudadano, entre diputados y sus 30.000 ciudadanos respectivos. Las nuevas tecnologías (correo electrónico, páginas Web, blogs personales, etc.) serían buenas herramientas para que el ciudadano pusiera ponerse en contacto directo con aquél que lo representa para expresarle sus inquietudes, quejas y de esta manera hacer efectiva la máxima de que la democracia es "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Se sobreentiende, claro está, que el diputado tendrá la obligación por ley de contestar a cada una de las consultas de sus conciudadanos.
-Si bien hay que reconocer que convertir el voto en obligatorio sería, tal vez, una pérdida concreta de libertad personal, sí que sería interesante empezarse a plantear algún tipo de incentivo para que hagamos efectivo ese derecho. Funcionamos así, hay que reconocerlo, sólo nos ponemos en movimiento si nos ponen al alcance terminada zanahoria Si en la última campaña electoral se ha llegado a plantear que el estudio de un tercer idioma podría ser motivo de rebaja fiscal, podría ser interesante optar por el mismo procedimiento para incentivar el voto. Mediante justificante expedido por la mesa electoral podríamos obtener una rebaja más o menos simbólica en nuestros impuestos por el hecho de ejercer nuestro derecho al voto al que muchos les cuesta entender como deber.
-Entrando en el tema de los votos en blancos habría que modificar la ley electoral también para que los escaños correspondientes al número de votos en blanco emitidos se declararon desiertos y por lo tanto quedaron vacías los escaños correspondientes a ese número de votos en blanco. Es decir si a 60.000 votos en blanco les corresponden dos escaños se trataría de dejar vacíos los mismos. Eso además de divertido sería lo justo ya que el voto blanco no es otra cosa que decir que ninguna de las opciones es válida para aquél que ejerce el voto blanco, por lo tanto, está diciendo que el valor de su voto no debe ser ocupado por ninguna de las fuerzas políticas restantes. Eso además modificaría el equilibrio de las mayorías necesarias para controlar la cámara de representantes y sería dejar en evidencia el posible divorcio entre clase política y ciudadanía. Más de un político y sobre todo más de un partido político se tiraría de los pelos al ver determinado número de escaños vacíos, por la pérdida de poder y por la pérdida de determinados ingresos económicos que por otra parte la ciudadanía se ahorraría.

No sirve de excusa pensar que tanto la abstención como el voto blanco es algo de norma generalizada en el resto de los países de larga tradición democrática. Es como optar por aquel dicho de que "mal de muchos consuelo de tontos". Ya va siendo hora de que la clase política tenga un control más directo por parte de aquéllos a los que dicen representar y sobre todo de que se esfuercen en contentar al público que decide si deben estar o no deben estar.
Para acabar invito a participar todo aquel que lea este blog con sus opiniones. Sólo tenéis que pulsar en la línea de color azul al final de este comentario en el que aparecen el número de comentarios efectuados sobre este posteo y automáticamente se os abrirá la opción de expresar vuestra opinión.

15 de novembre 2006

No me ralles Julia

Hoy regresa a nuestro canal autonómico el monstruo mediático galeicocatalan de cuyo nombre no puedo olvidarme. Digo que no puedo olvidarme porque parece como si la televisión pública catalana tuviera firmado una serie de contratos no escritos (o quizás sí) con algunos de los casi impuestos ilustres ciudadanos de Cataluña a los que con una periodicidad para mi gusto excesiva les brinda una cobertura a modo de recordatorio constante para que la plebe no podamos dejarlos de adorar y dejarlos de admirar. Sé perfectamente que con mis comentarios hacia esta pseudo pedorra/periodista no estoy practicando precisamente votos de amabilidad y de cariño pero es que no puedo resistirme. Este engreído, soberbio y exageradamente autosuficiente personaje me pone de los nervios. En primer lugar ese disfraz de casposa feminista que con fácil recurso abofetea la conciencia de cualquier hombre cuando, quizás, debería mirar la coherencia de alguno de sus actos antes que poner en cuestión comportamientos generales de determinado género que en la mayoría de los casos ya llevan décadas superados. Ya busqué en su día la versión femenina de la palabra misógino y no la encontré. Tiene razón esta ilustre ciudadana de acusar a toda la sociedad de machista sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera los catedráticos de la lengua han acertado a pensar en como definir a toda aquella que con discurso caduco bombardea sistemáticamente al género masculino.
Sea como sea la cuestión es que debemos pagar un impuesto revolucionario mediante nuestros impuestos de los cuales se nutre nuestro amado canal autonómico público para mantener en la cima de la popularidad a toda esta ristra de famosos, famosillos y cagabandurrias y así poder permanecer como siempre aburridos con sus gracias.
Lo dicho, bienvenida de nuevo.

05 de novembre 2006

La última cena

Viernes, 21 horas y pico. El pico hace que de nuevo viole mi religión de la puntualidad. La sombra de la amenaza que el ascensor no funcione se ha desvanecido momentáneamente y hemos conseguido llegar a la calle. Mi compañera empuja pesadamente la silla de ruedas con dificultad. Su anemia que los médicos califican de "Origen desconocido" la merma de vitalidad y empuje. Una vez más a nadie se le ocurrió prestarse en ayuda del empuje. Tal vez la culpa sea nuestra, en nuestra peculiar lucha contra la independencia y la autosuficiencia y por eso no pedimos una ayuda que al parecer a nadie se le ocurre proponer. El pico anterior aumenta a cada paso que lo separa del restaurante de siempre y por lo tanto, al llegar, descubro sin rubor que somos los últimos en llegar (cómo hemos cambiado). De lejos veo a casi todos los demás. De un rápido vistazo descubro mi primera limitación: como casi siempre en estos últimos años no podré escoger donde quiero sentarme así que por causas orográficas me veré obligado a alojarme en uno de los extremos de una mesa larga, preparada para 15 personas. Se producen dos bajas inesperadas que curiosamente se muestran como sillas vacías a cada uno de mis lados por lo que la distancia con el resto del personal se materializa aún más. Con el tono de voz aún indemne propongo al personal se acerque para poder integrarme un poco a la velada y así se produce. Pronto descubro que a nuestra izquierda se aloja por corrimiento el convidado de piedra que sigue sin despertarse de un letargo que ya le dura más de un año. Mi insistencia en hacerlo participar en la vida "normal" sigue siendo infructuosa. A mi derecha se aloja la última incorporación de nuestros encuentros, alguien a quien la tribu ninguneó en primera instancia y luego olvidó hasta el punto de que ha pasado un cuarto de siglo sin tener noticias del personaje. Brillante idea la de invitarle, ha servido para comprobar que todo sigue igual. Por un momento reflexiono rápidamente y caigo en la cuenta de que ese extremo de la mesa que presido se ha convertido en el rincón maldito al que pronto la mayoría dará la espalda. Sólo a mi derecha un par de elementos del "más allá" intentan que no caiga en el ostracismo general multiplicándose y ofreciéndose como traductores de lo que se cuece en mitad de la mesa. El líder de la tribu sigue centrando la atención del resto como ya lo hacía treinta años atrás mientras que sus discípulos, entre los que me incluyo, seguimos escuchándolo de forma mesiánica. Me siento tan lejos del grupo al que siempre pertenecí y del cual siempre me sentí orgulloso de pertenecer, que de repente se cruza en mi mente la metáfora de que el momento, poco a poco, se va convirtiendo en una especie de funeral en el que yo soy el cuerpo presente y como siempre, a mi izquierda, la eterna plañidera que a todas partes me acompaña. Ella, al fin y al cabo, nunca fue de la tribu, ni por localización ni por generación así que tampoco tenemos en cuenta que prácticamente resulte invisible. Veo a lo lejos, a kilómetros de distancia, como el grupo charla, ríe, se mira, y en un intento de formar parte de la conversación logro levantar la voz para superar el murmullo generalizado del local pero el intento resulta vano y me provoca el atragantamiento consecuencia de forzar aquello que no se debe. Cumplimos el trámite, aguanto la cena entera pero el aislamiento me introduce en mi eterna compañía, el pensamiento, y éste me ayuda a darme cuenta que la del viernes será "La Última Cena" con la tribu. Tanto me entretengo en mi pensamiento que para consolarme me alegro de haber sido siempre tan multiétnico y haber abandonado la tribu en busca de otras culturas, de otros modos. Como en la película "En busca del fuego", volvemos, pasado el tiempo, al seno de la tribu aunque sólo sea para ejercitar los recordatorios, pero una vez hecho esto ya no tiene sentido nada más. La distancia con ellos es casi la misma que la representada en esta mesa larga e inacabable.
No creo que la decisión de bautizar ésta como la "Última Cena" tenga nada que ver con las palabras que me dedicó la madre de mis hijos en las que en el primer día del nuevo milenio me dijo "tú ya no estás para salir de casa". Tal vez sea así ahora, pero lo que sí que tengo claro es que seguiré saliendo siempre que con el esfuerzo obtenga un buen resultado, obtenga alguna agradable compensación que por supuesto los otros no deben brindarme sino que simplemente yo he de conseguir.
Al llegar a casa pienso que sinceramente no tengo de que quejarme, ya que al contrario de lo que reza el bolero de "Presuntos implicados" en nada hemos cambiado, o sí, no sé.