04 de gener 2007

Año Nuevo

Hace un año por estas fechas nos deseábamos, al cruzarnos con los vecinos, un feliz y próspero Año Nuevo. Son como actos y gestos estereotipados que se repiten año tras año empujados por un formulismo impuesto y aceptado. Son fechas en las que nos llenamos de compromisos casi inalcanzables y la fe en superar anomalías anteriores llena nuestras agendas de breves anotaciones respecto a lo que esperamos de los próximos 365 días como prueba irrefutable de que, como género humano, nos exigimos mejoras constantes. Mi motivación personal este año está por los suelos y me conformo con pedirle a quién sabe quien que el que ahora estrenamos sea mejor que el pasado. Nos aguaron el final de año y por supuesto la entrada del nuevo, por lo menos a mí y por supuesto también a muchos de los que me rodean. Primero ver a un exdictador del Medio Oriente colgado como un llavero como muestra de otras tantas ejecuciones que muchos países se apresuran en hacer efectivas sospechosas sentencias para agrandar sus números y sus estadísticas. Por cierto, para regocijo general del personal tendríamos todos que saber que el próximo o quizás ya actual nuevo y flamante Secretario General de Naciones Unidas, coreano de nacimiento, es partidario de la pena de muerte, toda una excelente declaración de intenciones para los años de venideros.
Para acabar de arreglar el año un atentado terrorista en el aeropuerto de Madrid. Supongo que en los almacenes terroristas no habrían más kilos de explosivos, así que para que el material no caduque llenan una furgoneta y derrumban cuatro plantas de aparcamiento para que el sector de la construcción no tiemble por el más que deseado fin de la burbuja inmobiliaria. Ahora tendrán otro tipo de tarea, la de reconstruir todo aquello que los de siempre se dedicarán a dinamitar. No sólo se han cargado el aparcamiento y la vida casi segura de dos personas, también se han cargado la esperanza de millones de ciudadanos que empiezan a estar ya algo mareados de tanto vértigo político. Por un lado tenemos a la oposición que disimuladamente se engorda de satisfacción al ver que el gobierno socialista tampoco podrá acabar con el terrorismo. Ello significa que con este ingrediente y un poco más de desestabilización política en lo que queda de legislatura podrá albergar alguna esperanza de volver al poder. Al otro lado del hemiciclo un presidente del gobierno que empieza a ser popular por sus zapaterinhadas que lo legitiman para expresar en público, con luz y taquígrafos, su fabuloso optimismo en la marcha del proceso de paz 24 horas antes de que exploten nosecuantos kilos de explosivos en una terminal del aeropuerto de Madrid. Fabuloso, y es que los hay que se bastan ellos solos para crecer y hasta para menguar.
Y mientras, nosotros, ignorantes ciudadanos, no osamos expresar nuestras más profundas dudas existenciales ante las constantes incompetencias de algunos, del cinismo de otros, de la falsedad de otros tantos y un largo etcétera que me niego a enumerar.
Como me dijo hace poco un amigo: ¿para qué preocuparnos de aquello que no tiene solución? Ostras, quizás tenga razón, pero no sé realmente de que preocuparme; si de aquello que no tiene solución o de que precisamente no tenga solución. Difícil dilema para un preocupado crónico.