14 de novembre 2008

Hace dos semanas


Aunque la noticia pertenece a la semana pasada las secuelas de la misma permanecen todavía en mi subconsciente. A raíz de la publicación de un libro en el que "supuestamente" la majestad consorte de nuestro país opina de aquello y de lo otro apareció en un programa matinal de TV3 un especialista en protocolo. En concreto, el título con el cual fue presentado aquel señor, se dejaba oír bastante más pomposo que limitarse a definirlo como "especialista". Aquel señor estaba indignado por todas las críticas vertidas hacia su majestad por el simple hecho de decir aquello que piensa. En protocolarias palabras apelaba a la libertad de expresión que todo ciudadano tiene reconocido en nuestra constitución, pero lo curioso es que no todos tenemos toda esta serie de privilegios que nuestros reinantes también tienen reconocidos en nuestra inviolable constitución. El "especialista" también criticó duramente la representación del programa de humor "Polonia" realiza semanalmente de tan ilustre señora. Por lo visto el humor es sólo cosa del populacho y todo hace suponer que el programa tiene los días contados y para ello ya llevamos unas cuantas semanas en el que el nivel de mordacidad se ha reducido drásticamente.
Pero sigamos con el "especialista". Este señor utilizó, como argumento final, una apelación a que la monarquía la hemos de ver como algo sobrenatural, como un auténtico acto de fe, al que debemos seguir ciegamente y en el que debemos creer como aquellos que creen en el misterio de la santísima Trinidad y que nos dice que tres son uno y que uno de ellos es una paloma. En pocas palabras, según él, la monarquía es una auténtica religión y que todo aquel que nace en su seno es regio por la gracia de a saber cuál sobrenatural e inexplicable casualidad y que sólo por eso debemos darle credibilidad y respeto. No pienso discutir con más argumentos está esotérica teoría. De hecho, no dejaría de ser esto un sentimiento parecido a cualquier otro de tipo religioso en el cual, también, se nos exige una ciega e incuestionable fe.
Y ya que hablamos de religión, ha aparecido el presidente de la conferencia episcopal española diciendo que la ley que permite el matrimonio entre parejas del mismo sexo debería someterse a referéndum por parte de toda la población. No está mal la idea, pero aprovecharía el mismo día de referéndum para preguntar a toda la población si está de acuerdo o no en el aborto, en la eutanasia, en la monarquía, en la independencia de Catalunya, en el concordato de la Iglesia con el estado, y por qué no, también preguntarnos si es antinatural que un hombre o una mujer realice voto de castidad y si nos creemos que ese mismo hombre o esa misma mujer será fiel a tal voto a lo largo de toda su vida. Por preguntar que no quede, estoy de acuerdo con él en que habría que preguntarnos muchas más cosas de las que nos preguntan, pero el sistema es el que es y habrá que recordarle a su eminencia que para eso votamos cada cuatro años, para elegir a una serie de personas que nos representan, con más o menos acierto, más o menos acordes con nuestras ideologías y en ellos delegamos nuestro poder. Mal les sabrá a muchos, incluso a su eminencia, que aquel día mi gesto de votar tenga el mismo precio y el mismo valor que el suyo, o dicho de otra manera, que mi palabra tenga la misma importancia que la suya. La democracia es imperfecta, sí, pero con este simple gesto alcanza la razón de su existencia.
Por último la Iglesia se plantea preguntar a todos aquellos que quieran iniciar su sacerdocio sus tendencias sexuales para poder identificar a todos aquellos que contengan la partícula "homo" para ser excluidos automáticamente de su ministerio, y yo me pregunto: ¿para qué?, ¿no habíamos quedado en que sea lo que sea al final renunciarán al otro trozo de palabra, "sexual", a través de su voto de castidad?