18 de juny 2008

La importancia del ser

Hoy toca filosofar pero de forma reivindicativa. Hace tan sólo unas semanas veíamos a nuestros líderes mundiales reunirse en torno a la mesa de la FAO y tratar del eterno asunto pendiente que lo es el hambre en el mundo. No se acordó nada importante, solo se conseguían establecer cifras y entre ellas la de determinar que más de 800 millones de personas sufren el hambre en el mundo y de ellos unos 125 millones son niños. Lo curioso es que nuestros representantes, mientras todo eso sucede, constantemente organizan pomposas recepciones con la más mínima excusa y brindan con cava ante las cámaras de los medios de comunicación celebrando extrañas razones y miserables conquistas. Por otro lado el mundo se ve sometido a un endémico y milenario problema como lo son los conflictos bélicos que causan otros tantos millones de víctimas y que a modo de justificación algunas son calificadas de colaterales. Y nuestros representantes siguen brindando con la versión francesa del cava, con champaña, disimulando el fracaso de su propia existencia porque, no nos engañemos, cualquier disparo no es otra cosa que el fracaso de la quintaesencia del sentido de la política y por lo tanto la negación a la justificación implícita de la existencia de todo político que, y que nadie lo olvide, está sustentado por los impuestos de cada uno de nosotros. Luego aparece lo inesperado, devastadoras catástrofes naturales que aniquilan pueblos y regiones enteras en fracciones de segundo y los telenoticias continúan abrumándonos con cifras espeluznantes de muertos y desaparecidos aderezadas con impactantes imágenes a las cuales de una forma natural de autoprotección acabamos creando mecanismos internos a fin de que no nos afecten. Estos últimos episodios en verdad no pueden ser evitados por aquellos que nos gobiernan, o sí, sobre esto podría discutirse, pero lo que sí está claro es que sí nos afecta su competencia a la hora de mitigar los efectos posteriores de tanta desgracia, pero ellos siguen brindando con agua mineral con gas en los innumerables congresos, forums, reuniones internacionales de alto nivel mientras que sus sometidos conciudadanos recogen bolsas de pan lanzadas desde impresionantes helicópteros que no se atreven a pisar suelo.
Hasta aquí nada nuevo, nada que no sepamos y nada que sobre todo no veamos pero las cifras son solo la acumulación ingente de individualidades, personas con un pasado, un catastrófico presente y un inexistente futuro. Cada una de esas individualidades es una historia personal como lo podría ser la nuestra propia y ahí quizás resida el ejercicio que cada uno de nosotros deberíamos hacer en cada ocasión que escuchamos esas inmorales cifras. El ejercicio sería el de imaginarnos a nosotros en la misma situación, el imaginarnos como nuestra propia vida es impunemente segada y en la mayoría de las ocasiones por la incompetencia de otros. De ahí esa necesidad de reivindicar la importancia del ser, pero no la importancia de ser esto o lo otro, o la importancia de ser más o menos que el prójimo sino la importancia de nuestra propia existencia, de la importancia de nuestros pensamientos, de la importancia de nuestros sentimientos, de la importancia del amor que generamos y la importancia del amor que nos generan y automáticamente podríamos tomar conciencia del desastre, del inmenso desastre que suponen esas cifras que por abuso ya en nada nos afectan. No sería tan difícil imaginar que supondría para una madre no tener nada que dar de comer a su hijo, o lo que le supondría a un niño ver a sus padres tiroteados en cualquier conflicto armado del mundo por un ser invisible al que nunca podrá odiar. El mundo está sembrado por un histórico e incontable número de muertos por la incompetencia de unos, por los deseos de grandeza de otros, por oscuros intereses económicos y por la inoperancia de muchos.
Vivimos temerosos de perder aquello que tenemos, las comodidades que tenemos, si las tenemos, claro. Por desgracia hay quien desconoce el concepto moderno de comodidad y se contenta por poseer un cuenco de madera tallada y que solo entiende de supervivencia. ¿Acaso es el nuestro un mundo justo?