19 de juliol 2007

Ley de la dependencia. Capítulo II.

197 días de la entrada en vigor de la Ley. Hoy han venido a casa a realizar la valoración. Me encuentro en aquella tesitura en la que más que valorado o infravalorado los hechos me empujan a valorar a la valoradora, por qué... ¿puedo valorar a la valoradora?
La cuestión es que aparece un extraño en tu casa que no sabe nada de ti ni de lo que te ha costado llegar hasta el día de hoy con cierto talante "inquisidor" y cuestionador y que lo primero que te pide es que le des las manos, pero no como señal de saludo sino como aquel que examina o intenta descubrir a un impostor. ¡Por favor!, ¿es que no te has tomado la molestia de leer los informes médicos que acompañan la solicitud? Se ve que no. Luego las preguntas, constatación de la ignorancia total y el desconocimiento más alarmante de aquello que de forma pretenciosa se disponen a valorar. Bueno, bueno, si las esperanzas eran pocas con lo visto se disipan como el humo. Pero lo pretencioso no acaba ahí, de tal manera que como ya me es de sobras conocido (ventajas de haber trabajado en Seat) se utiliza la técnica aquella que consiste en pronunciar una frase debidamente bien construida, en el sitio exacto y el momento exacto para estrujar al máximo un único y bien aprendido conocimiento e intentar así deslumbrar al oyente como si se tratara de marcar el territorio y disimular todo un buen bagaje de incompetencia. ¡Menos mal!, menos mal que aparecen a los 10 años de tus penalidades y te preguntas ¿cómo he podido sobrevivir a toda mi desgracia, durante este tiempo, hasta que han aparecido estos salvadores?
No hay respuesta, la calma prepara la sutil venganza que los propios hechos y la evidencia brindarán. Al final como siempre, desde hace algunos años, acabas enseñando más de lo que puedas aprender y poco a poco la postura altiva del que interroga va mermando hasta convertirse en ser diminuto que a duras penas encuentra rincón donde esconderse. Pero es igual, al final el control de la sartén siempre acaba en manos del insignificante y claudicas devorando el poco orgullo que te concede la razón suplicando que la valoración sea, como mínimo, justa a la situación real de tus penas y con todo gastas tus caras sonrisas ante la examinadora que te asignaron. "Alea acta est", la suerte está echada, porque al final nada es científico y todo depende también de este factor aleatorio así que a ella nos encomendamos.
Sé de buena tinta el dineral que la administración lleva gastado en preparar "supuestamente bien" a todo este nuevo regimiento de valoradores, algo que me lleva a la terrible sospecha de que el presupuesto inicial para atender a los dependientes se habrá consumido para maquillar a unos cuantos mediocres. Y otra cosa más, de equipo multidisciplinar nada de nada. Aquí apareció una sola persona con su papel y su bolígrafo y que yo sepa esto nada tiene que ver con aquello que siempre me explicaron y entendí de la definición de un equipo multidisciplinar, que para poderlo llamar así deberíamos como mínimo poder usar el plural.
Al final te emplazan hasta finales del mes de septiembre (claro, las vacaciones son sagradas y menuda es la administración para no respetar esta suprema norma no escrita) momento en el que deberías haber recibido una resolución de la valoración y que en caso de no ser así utilices el milagroso número de teléfono 900 300 500, si aquel que al principio no ofrecía respuestas, para reclamar "qué pasa con lo mío". Parece ser, se comenta, se rumorea, que luego en función de la valoración aparecerá un asistente social que dibujara un mapa concreto de tus necesidades.
Bueno, bueno, con lo sencillo que sería preguntar.