
El otoño me trae el recuerdo de nuestro viaje a París, una ciudad en la que en ningún momento nos sentimos extraños hasta el punto de dejarnos perder deliberadamente poniendo a prueba nuestra orientación sin que ésta nos defraudara. Parecía como si hubiéramos vivido toda la vida allí y nada se nos hacía extraño. La climatología no acompañó ningún día así que hizo un flaco favor a la denominada "Ciudad de la luz" que sólo brilló con la iluminación nocturna. Fueron pocos días pero suficientes como para que con un estresado ir y venir pudiéramos contemplar las imágenes más típicas y estereotipadas de aquella ciudad.
Aprovechamos un día para acercarnos hasta el Palacio de Versalles. Vista la inmensidad de sus jardines uno entiende aquella típica frase cinematográfica en la que un padre le dice a su hijo... "Hijo mío, algún día, todo lo que alcanza tu vista, será tuyo". Y cómo no, acto seguido uno utiliza sus respectivos y residuales conocimientos de la historia y puede llegar a entender cómo la realeza francesa pasó por la guillotina, aunque no comparta semejante brutalidad, pero es que ante tanta opulencia y ante tanta y deliberada ignorancia de la realidad y de la pobreza que vivían sus súbditos no es de extrañar que éstos dijeran "basta". Tal es así la desmesura de aquellos tiempos que dicen los cronistas que el gobierno francés actualmente no dispone ni dispondrá del suficiente presupuesto como para mantener semejante palacio.
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